Batalla de Pavía

El Imperio en Europa: El dominio sobre la monarquía francesa

El 27 de abril de 1522, Los Tercios españoles derrotaron al ejército francés y aliados en la batalla de Bicoca. Dos años y medio después, el ejército de treinta y seis mil efectivos dirigido por el rey Francisco I de Francia cruzó la cordillera de los Alpes para enfrentarse al ejército imperial de Carlos I de España y V de Alemania en la península itálica. El lugar de encuentro primero y último fue la plaza de Pavía.

    En vista de tan poderoso avance, los imperiales se retiraron hacia el este para organizar un reagrupamiento con garantías de dar la batalla en ciernes. No obstante, el rey y emperador Carlos I de España y V de Alemania ordenó mantener una guarnición de mil españoles y cinco mil alemanes en la plaza de Pavía, al mando de Antonio de Leyva.

    Los muros de la plaza de Pavía eran débiles pese a su grosor por estar envejecidos y mal conservados. El veterano Antonio de Leyva, con treinta y dos batallas y cuarenta y siete asedios en su haber militar, gobernador y jefe militar, mandó reparar esa frágil defensa antes de que los treinta y seis mil hombres de Francisco I, el rey francés, se lanzaran contra Pavía a partir del 28 de octubre de 1524. Componían la infantería de la tropa enemiga suizos, alemanes de la Banda Negra, italianos y franceses, además de mil doscientos integrantes de la famosa caballería pesada, estandarte de antiguas glorias en el campo de batalla, unos cuantos menos caballeros montados en la ligera, y cincuenta y tres cañones.

    El fracaso del asalto directo decidió a la numerosa fuerza establecer un bloqueo al que Leyva opuso toda su determinación. Mientras esto sucedía, el ejército imperial se reorganizaba y emprendía la campaña de liberación de Pavía con el virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy, al frente.

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El 12 de enero de 1525 dos españoles atravesaron las líneas enemigas y lograron entrar en la sitiada plaza de Pavía: portaban noticias y pagas. Anunciaron que un contingente de veinticinco mil soldados avanzaba presto para llegar a la plaza y liberarla. Pero el número de soldados que atravesó el río Adda en dirección a Pavía no superaba los veinte mil, aunque eran de gran calidad: cuatro mil españoles, diez mil alemanes, tres mil italianos, dos mil jinetes casi todos de caballería ligera y dieciséis piezas artilleras de acompañamiento. El poder de los imperiales radicaba en sus arcabuceros, ejemplo de la moderna infantería.

    Los imperiales tomaron la iniciativa. Avanzaron hacia el gran Parque de Mirabello que llegaba a las murallas de Pavía con el propósito de cortar las comunicaciones de los sitiadores con Milán, forzando a una retirada de tener éxito la acción ofensiva.

    Desde el 20 de febrero los arcabuceros españoles a las órdenes de Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, dispararon contra las posiciones del enemigo, y entre el anochecer del 23 de febrero y la madrugada del 24, los imperiales bombardearon toda la línea enemiga buscando el refugio de los efectivos y distraer la vigilancia. Conseguido. Un grupo de gastadores del Condestable Carlos de Borbón practicó tres brechas en los muros a la par que varios destacamentos simulaban ataques en otros puntos. Al amanecer, la vanguardia imperial dirigida por Alfonso de Ávalos, I marqués del Vasto, sobrino de Fernando de Ávalos, compuesta por infantes arcabuceros españoles e italianos más algunos jinetes montados de la caballería ligera, irrumpió en el Parque de Mirabello, a las afueras de la plaza. Por su parte la artillería siguió castigando la línea de los sitiadores. Rápidamente se desplazaron al palacete de Mirabello, en el parque homónimo, para reunirse con Antonio de Leyva de quien se esperaba una salida una vez avisado por los disparos y cañonazos. A todo eso el grueso del ejército expedicionario empezó a entrar por las brechas dividido en cinco grupos: infantería española de Pescara, la mitad de la caballería ligera, lansquenetes alemanes con Lannoy, la otra mitad de los jinetes y otro grupo de lansquenetes. Quedaron en la retaguardia infantes italianos e infantes españoles protegiendo las piezas artilleras. Desde el Parque de Mirabello comenzó el despliegue.

    Advertido Francisco I que el ataque contra su ejército es demoledor, decidió abandonar sus posiciones de asedio con el objetivo de presentar batalla a la vieja usanza. Dispuso sus efectivos como habitualmente en el pasado, con la prestigiosa caballería pesada en el centro del dibujo, y los infantes a los flancos; dejó a sus infantes italianos y franceses a las puertas de Pavía para evitar la salida y por ende un nuevo frente de combate. La artillería disparaba sobre los imperiales para causar bajas y desorden. La posterior carga a caballo, que Francisco I consideraba decisiva para obtener la victoria, resultó un fracaso al tener que batirse contra los arcabuceros españoles. El terreno pantanoso dificultaba la maniobra de los caballos mientras que favorecía a los infantes. Una vez desorganizada la caballería francesa, destacamentos de infantes penetraron para asestar el golpe de gracia, a los que respondieron otros del enemigo; en suma, soldados al servicio de Carlos I se batieron contra los soldados al servicio de Francisco I.

    El grueso del ejército español atacó a los suizos poniéndolos en fuga, y al calor de la lucha Antonio de Leyva ordenó la salida que acabó por derrotar a los franceses e italianos enemigos. A la estela de esta acción, la tropa de Carlos de Lannoy persiguió a los desbandados hasta la orilla del río Tessino causando una matanza: las fuerzas de Francisco I han sido prácticamente aniquiladas con bajas superiores a quince mil; y la relación de prisioneros, por la importancia de los individuos, es de las que hacen época. Los arcabuceros españoles, actuando con una autonomía inusitada hasta la fecha, destrozaron en campo abierto, a diferencia de lo sucedido en la batalla de Bicoca, a la que por aquel entonces se consideraba en Europa la mejor caballería, la pesada francesa, y la mejor infantería, la suiza.

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El 12 de agosto de 1525 fue hecho prisionero el rey Francisco I y conducido a Madrid donde quedó custodiado en la Casa de los Lujanes. Seis meses más tarde, el 14 de enero de 1526, por el Tratado de Madrid, Francia renunció a sus derechos sobre los territorios bajo su dominio en la península itálica, Borgoña, Artois, Tournai y Flandes en favor del emperador Carlos.

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